Desde que nací, me acostumbré a ver a mi abuelo delante de la puerta del horno.
El olor a dulces recién salidos del horno y a caramelo fundido se quedaron grabados en mi memoria.
Cuando comencé a aprender a hacer los castillos de caramelo pasábamos muchas horas juntos y me refería historias de su vida y su trabajo.
Me contó que comenzó a ir a las Escuelas Reales a los 9 años, la misma escuela a la que había ido su padre y décadas después fui yo.
Pero que cuando todavía no había cumplido los 13 años, Baltasar Salas lo tomó como aprendiz en su confitería de la calle Caridad. Su formación comenzó el 13 de febrero de 1943 y terminó el día que se fue a Tenerife a cumplir con el servicio militar.
Cuando vino de la mili (1951-52), comenzó a trabajar en la panadería familiar y unos años después acondicionó una habitación como obrador para la confitería.
Hojaldres, bizcochas, negritos, cortadillos de sidra, huevos fritos, suspiros, roscos de vino, magdalenas…